sábado, 4 de febrero de 2012

Elisabeth Bathory, la condesa sangrienta (Historia horripilante)



Elisabeth Báthory se hizo un hueco en la historia como la mujer que más asesinatos ha cometido. Cruel, torturadora y obsesionada con su juventud, escribió una historia con sangre que aún no hemos podido borrar.

Erzsébet Báthory nació en el año 1560 en el seno de una poderosa y aristócrata familia húngara. A los 11 años fue prometida con su primo Ferenc Nádasdy. Pero antes de contraer matrimonio con él, Elisabeth, que mostraba desde muy pronto curiosidad sexual, se quedó embarazada a los 13 años de un criado de su familia, que fue castrado y arrojado a los perros.
Ella fue enviada a un castillo familiar lejano, del que regresaría sin el niño; a tiempo para casarse con Ferenc, a los 15 años.
Elisabeth pertenecía a una poderosa familia de Transilvania así que su marido tomará su apellido de soltera. El nuevo conde Báthory, apodado el Caballero Negro de Hungría debido a su crueldad, no pasaba mucho tiempo en casa, debido a sus continuas obligaciones bélicas y la pareja no consuma el matrimonio con un hijo hasta después de 10 años de casados. Tendrán 3 hijas, Ana, Úrsula y Katrynna y un único varón, Pál.
Mientras Ferenc estaba en la guerra, intercambiaba con su esposa misivas sobre la manera más apropiada de castigar a los criados pues la tortura era considerada entre los nobles una forma de ejercer disciplina. Cuando ella comienza a encargarse de las labores del castillo, pondrá a prueba sus conocimientos clavando agujas bajo las uñas de las doncellas.
Pero el conde Báthory no regresó de su última batalla y dejó a Elisabeth viuda a los 44 años. En ese momento comienza en ella un pánico irresistible por envejecer e investiga todo lo que puede, leyendo incluso acerca de la magia negra.
Cuentan que un día, mientras una doncella la peinaba, le dio un tirón de pelos y ella le dio un bofetón con tanta fuerza que a la muchacha le empezó a sangrar la nariz. Una desdichada gota de sangre cayó en el dorso de la mano de la condesa y a través de aquella gota creyó ver su piel rejuvenecida, creyó hallar la fuente de la eterna juventud.
Su fiel sirvienta Dorottya Szentes le habló de libros de magia roja donde se afirmaba que tomar baños de sangre paralizaba el envejecimiento. Así que aprovechando su furia para con la desgraciada doncella, la mandó degollar y verter la sangre en una bañera, con la cual se frotaría la piel, consumando así, el primero de los 630 asesinatos que le darían el título de la “Condesa Sangrienta”
En esa época, el hermano de Elisabeth, Gabor, se convirtió en el príncipe de Transilvania.
Ayudado económicamente por la condesa, Gabor inició una guerra contra los alemanes. Esto ponía Elisabeth en una situación delicada con el rey Mátyás II de Hungría, que ansiaba poseer los territorios de los Báthory. Sola y expuesta al peligro, su nueva situación parecía prever un cambio.
Subida en un carruaje con su mayordomo Thorko y su sirvienta Dorottya, Elisabeth recorrió los Cárpatos buscando chicas que le sirvieran de doncellas. Las muchachas, que tenían entre 9 y 26 años eran de familias humildes a las que se les engañaba con falsas promesas de trabajo y dinero. Eran llevadas al castillo donde llenaban las mazmorras de gritos y súplicas. Atadas y drogadas, servirían de fuente sangrienta a la insaciable condesa, además de proporcionarle placer sexual cuando lo deseaba. Si la niña parecía sana, se la mantendría en el sótano durante años, haciéndole agujeros en la piel para poder beber sangre de ella. 
Tras sus baños de sangre ordenaba a sus sirvientas que le chuparan la piel. Si lo hacían sin poner pegas eran recompensadas; pero una sola mueca de asco significaría ser torturada hasta la muerte.



Entre sus enseres preferidos se hallaba una doncella de hierro y una jaula circular forrada de cuchillos que usaba para infligir los castigos más graves, pero la condesa tenía sus propios rituales de tortura.
Escogía a las muchachas más guapas, altas y sanas y las hacía llevar hasta su trono, donde las esperaba con un largo vestido blanco. Las sirvientas las golpeaban hasta que la piel se rompía y de las heridas manaba sangre. Después las cerraban con hierros al rojo vivo, les arrancaban los dedos con tenazas y cizallas, les clavaban agujas en las heridas, las cortaban con diversos instrumentos… Si se cansaba de oírlas gritar les cosía la boca y si caían inconscientes antes de que la condesa considerara que había terminado de divertirse con ellas, les echaba pedazos de papel empapado en aceite entre las piernas y les prendía fuego.
Si su vestido blanco se volvía rojo, volvía a sus aposentos a cambiárselo por otro. A ella también le gustaba participar y desgarraba con pinzas de plata la carne de las zonas más delicadas, cortaba la membrana de entre los dedos, pinchaba con agujas, quemaba las plantas de los pies, daba latigazos, incluso cuando algunas de las chicas ya estaban muertas. 
Sumergió a muchas en agua helada hasta que se ponían enfermas y entonces les mordía el cuello, las mejillas o los pechos para poder beber sangre de ellas. En el castillo había un ingenioso sistema de canalizaciones para llevar toda la sangre derramada hasta la bañera de la condesa Báthory. Todo esto le provocaba una increíble excitación sexual.
Era tal la sangre derramada en los aposentos de la condesa y otras habitaciones del castillo que siempre había sacos de ceniza y serrín derramados por los suelos.
10 años después de comenzar, no quedaban doncellas por la zona que quisieran ir a trabajar al castillo, y la condesa cometió su mayor error: reclutó hijas de nobles para “instruirlas”. La desaparición de plebeyas y chicas pobres no importaba a nadie, pero cuando muchas muchachas ricas y aristócratas comenzaron a morir de forma misteriosa, la gente comenzó a investigar por su cuenta.
Al principio, los sirvientes habían convencido al párroco de la zona de que diera sagrada sepultura a las niñas, cuando el cura empezó a sospechar, las enterraron en el bosque. Como había muchos cadáveres de los que deshacerse, los criados se dejaron llevar por la pereza y se hicieron más descuidados, los abandonaban en los campos cercanos, los arrojaban al río e incluso los dejaban descomponerse en el huerto de las lechugas. Los llegaron a meter hasta debajo de las camas, pero el olor insoportable que despedían hacían que fuera más fácil dejarlos fuera, poniendo al peligro de esta forma los secretos de la condesa.
El conde Jorge Thurzó , primo aunque enemigo de la condesa, fue el enviado por el rey para investigar los sucesos del castillo. Cuando llegó en el año 1610 con sus soldados, en la entrada solo les recibió la imagen de una doncella agonizante con todos los huesos quebrados. Conforme iban avanzando, encontraron más de 50 cadáveres destrozados y unas pocas muchachas supervivientes en los sótanos, torturadas y llenas de agujeros por los cuales su sangre había sido drenada.
Se celebró un juicio donde se acusó a la condesa y a todos sus cómplices. Sus sirvientas fueron declaradas brujas, se les cortaron los dedos con cizallas al rojo y fueron quemadas vivas. A su mayordomo y a otros ayudantes se les cortó la cabeza y se prendió fuego a sus cadáveres.
En el juicio se leyeron testimonios horribles procedentes de numerosos testigos y del propio diario de la condesa. Fruto de sus descuidos tenemos horribles relatos como este:
«...una joven de doce años llamada Pola logró escapar del castillo de algún modo y buscó ayuda en una villa cercana. Pero Dorka y Helena Jo se enteraron de dónde estaba por los alguaciles, y tomándola por sorpresa en el ayuntamiento, se la llevaron de vuelta al Castillo de Cachtice por la fuerza, escondida en un carro de harina. Vestida sólo con una larga túnica blanca, la condesa Erzsébet le dio la bienvenida de vuelta al hogar con amabilidad, pero llamaradas de furia salían de sus ojos; la pobre ni se imaginaba lo que le esperaba. Con la ayuda de Piroska, Ficzko y Helena Jo, arrancó las ropas de la doceañera y la metieron en una especie de jaula. Esta particular jaula estaba construida como una esfera, demasiado estrecha para sentarse y demasiado baja para estar de pie. Por su [cara] interior, estaba forrada de cuchillas del tamaño de un dedo pulgar. Una vez la muchacha estuvo en el interior, levantaron bruscamente la jaula con la ayuda de una polea. Pola intentó evitar cortarse con las cuchillas, pero Ficzko manipulaba las cuerdas de tal modo que la jaula se balancease de lado a lado, mientras que desde abajo Piroska la punzaba con un largo pincho para que se retorciera de dolor. Un testigo afirmó que Piroska y Ficzko se dieron al trato carnal durante la noche, acostados sobre las cuerdas, para obtener un malsano placer del tormento que con cada movimiento padecía la desdichada. El tormento terminó al día siguiente, cuando las carnes de Pola estuvieron despedazadas por el suelo.»
Como la condesa era noble y tenía influencias no pudo ser condenada a muerte, pero su castigo no fue mucho mejor. La emparedaron viva en una habitación de la que tapiaron puertas y ventanas a excepción de un agujero pequeño por el que metían algo de comida y agua. Desde que entró hasta que murió, no volvió a ver jamás la luz del sol ni a pronunciar una palabra. 
En el año 1614, 4 años después del encierro, cuando Elisabeth Báthory tenía 54 años, escribió su testamento y dejó de comer, muriendo de inanición.





Es posible que sus sacrificios no le dieran la juventud que tanto ansiaba, pero sin duda ha alcanzado la vida eterna a través de las horrorizadas bocas que narran su historia una y otra vez.

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